Nota: Esta es una transcripción del texto homónimo escrito por Carlos Keller Rauff durante la época del Partido Nacista.
Camaradas:
Una materia tan extensa como la orientación de la política económica del Nacismo requiere, por supuesto, la concentración a algunos puntos fundamentales, para poder ser abordada en el curso de una breve conferencia.
No pretendo, pues, ofreceros todo un sistema o tratado de política económica, y confieso francamente que ni siquiera sería capaz de hacerlo.
La realidad económica de nuestros días ha desvirtuado todos los textos de economía política que se han escrito. Nos encontramos frente a problemas prácticos que los tratadistas del siglo pasado ni siquiera sospechaban. Todo ha cambiado ante la realidad de los hechos. Y frente a las nuevas condiciones que se nos ofrecen, estamos todavía buscando nuevos caminos, sin que nadie pueda afirmar que ya los hayamos encontrado en todo sentido. En todo caso, no existe un sistema de política económica actual, y, será la tarea de futuros economistas la de exponerlo.
Lo que tenernos frente a nosotros son problemas prácticos, y la discusión gira en torno de su solución, separándose los espíritus precisamente respecto de la solución que se les debe dar.
Lo que más me interesará en esta conferencia, será dar testimonio de la manera cómo nosotros concebimos esos problemas que nos ofrece la vida.
Os quiere describir, en buenas cuentas, un estado de espíritu, una manera de ser, de comportarse frente a la realidad.
Pues ese ha sido el resultado de la crisis total a que estamos abocados: ya no se trata de un tecnicismo económico, sino de algo muchísimo más profundo, consistente en el espíritu mismo con que uno se coloca frente a la realidad.
LIBERALISMO
Desde luego, en el mundo que hemos heredado de nuestros padres, se manifiesta una verdadera escisión. Hay hoy día en materia económica dos orientaciones diametralmente opuestas: el liberalismo y el marxismo.
El liberalismo, tendencia económica que surgió en la época de la revolución francesa, prometió un paraíso. La economía estaba caracterizada en aquel tiempo por una infinidad de ligámenes que limitaban el libre desarrollo de la iniciativa particular. En el campo, los campesinos constituían comunidades rurales, a cuyo cargo estaba la organización de todas las faenas. En las ciudades ocurría lo mismo en las corporaciones o gremios, cuya intervención llegaba al extremo de distribuir los pedidos entre los artesanos, fijar los precios, fiscalizar los procesos técnicos y las materias primas empleadas.
Si se analiza el fondo de todos estos ligámenes, se verá que ellos obedecían al propósito de garantizar una democracia, real, en el sentido de asegurar a todos los miembros pertenecientes a una misma comunidad o gremio, una renta aproximadamente igual.
Entre tanto, las ciencias naturales habían hecho grandes progresos y había llegado el momento en que la aplicación de sus principios permitía trastornar totalmente la técnica, por medio del empleo de métodos y procedimientos estrictamente científicos y el desarrollo de los procesos mecánicos de producción.
Este progreso exigía, sin embargo, que se suprimieran los ligámenes existentes hasta entonces. Los tratadistas y políticos liberales se dedicaron a reclamar la aplicación del principio de la libertad a la vida económica.
Es preciso — sostenían — conceder libertad a las empresas económicas. Esa libertad no debe tener otra limitación que los preceptos morales. Indiscutiblemente, la aplicación de esta norma fundamental producirá perturbaciones en el sistema preexistente, pero en definitiva a sociedad recibirá un amplio provecho.
Desde un punto de vista social y humano — argumentaban los liberales — hay necesidad de abaratar la producción, pues así tendrán que bajar los precios, lo que beneficiará a los consumidores, elevando su estándar de vida. Para conseguirlo, basta con derogar todas las restricciones económicas y establecer la libre competencia. Esta libre competencia hará surgir a los empresarios capaces de producir las mercaderías de mejor calidad a los más bajos precios, pues ellos serán quiénes se impondrán en la lucha de competencia. En cambio, los productores incapaces de atender debidamente a su clientela, tendrán que sucumbir.
No hay peligro — agregaban los tratadistas liberales — que la aplicación de este nuevo sistema económico conduzca a abusos, en el sentido de que los grandes productores puedan explotar al consumidor: precisamente, la aplicación del principio de la libertad lo impedirá, pues cada vez que el precio que se obtenga por un producto sea exagerado, ese sólo hecho estimulará la competencia, y surgirán nuevas empresas que lo harán bajar a un nivel razonable.
De esta manera, los precios se transformarían en el regulador general del organismo económico. Su descenso a un nivel demasiado bajo produciría el efecto de restringir la producción, con el efecto de ajustarla a la demanda, mientras que una excesiva alza la estimularía a fin de poder atender la demanda en debida forma.
Como resultado de un sistema económico basado en tales principios, los tratadistas liberales, y especialmente Smith y Bastiat, pronosticaron la formación de una sociedad humana caracterizada por una absoluta armonía social. En buenas cuentas, el liberalismo prometió un paraíso en este mundo.
LA REALIDAD LIBERAL
Pero entre los propios tratadistas liberales no todos consideraban los efectos que iba a producir su sistema con igual optimismo. David Ricardo adoptó un punto de Vista más crítico y pesimista.
Desde luego, se dio cuenta él de que la aplicación de los principios liberales, en la forma propiciada y realizada luego en todas las naciones occidentales, no podía excluir a uno de los factores de la producción. Me refiero al trabajo y al precio que se paga por él o sea, el salario.
La aplicación del principio de la libertad económica incluía también el factor humano. Los jornales —sostenían los tratadistas liberales — se regirían por la Ley de la oferta y demanda. Habiendo muchos brazos disponibles y poca demanda, ellos serían bajos; viceversa, una escasa oferta y gran demanda los haría subir. Regirían, pues, los mismos principios que respecto de las mercaderías.
¿Pero cómo se regenera la fuerza del trabajo? De acuerdo con la mentalidad materialista que caracteriza al liberalismo, Ricardo argumentó de esta manera:
— El obrero — decía — ganará normalmente lo precisamente necesario para repone las fuerzas que gasta en el proceso d producción, o sea, lo que necesita para conservar cierto estándar fisiológico, de acuerdo con el esfuerzo que tenga que hacer. Si gana menos, su salud se quebrantará, con ello disminuirá la oferta de brazos; además, no procreará la prole necesaria para conservar la especie. Si, en cambio, gana más de lo precisamente necesario para reponer sus fuerzas, su familia incrementará rápidamente, y así se suplirá la falta de brazos, descendiendo los jornales a lo justamente necesario para conservar la especie.
Estas tesis de Ricardo constituyen, en buenas cuentas, la aplicación de la ley de la oferta y demanda a la especie humana, en que regirían de una manera similar que en la producción de mercaderas. Ricardo llegó así a una tesis fatalista y pesimista, formulada posteriormente por Lassalle como la “ley de bronce de los salarios”.
Todas estas discusiones habidas en la época de la génesis del liberalismo, se movían sobre en plano abstracto: eran deducciones de principios que se suponía lógicos, o constituían a lo sumo postulados sociales y económicos que todavía no se habían realizado y sobre cuyos resultados prácticos no se tenía ninguna experiencia.
Y resultó, finalmente, cuando se les aplicó, que el resultado fue totalmente distinto a lo que habían pronosticado los tratadistas liberales.
En vez de las armonías económicas de que hablara Bastiat, se produjo el más fenomenal caos económico. Periódicamente, la vida de los pueblos se vio azotada por violentísimas crisis que motivaban una espantosa cesantía y destruían inmensos valores económicos. Si se observa la curva de las exportaciones chilenas en los últimos decenios, ella se asemeja a la forma de un serrucho, debido a las constantes alzas y bajas a que estuvieron expuestas
De igual gravedad fue el desarrollo mismo que tomó la vida de los pueblos. En un polo comenzó a acumularse el capital financiero. Las empresas económicas crecieron cada vez más, hasta formar enormes trusts y monopolios que llegaron a dominar no sólo los mercados nacionales, sino incluso los internacionales, conquistando pueblos enteros, con la fuerza del dinero, como antes se hacían conquistas a sangre y fuego. Ese capital financiero no se limitó a actuar dentro del sector de la economía como tal, sino que muy pronto penetró a todas las demás esferas de la vida.
Desde luego, se apoderó del Estado. El liberalismo había reducido a éste a su mínima expresión, no concediéndole otras funciones que las de guardián. Pero incluso lo poco de Estado que dejó subsistente fue muy pronto un botín del capital, el que se apoderó de todos los cargos directivos, con el fin de utilizar al Estado para favorecer sus fines de lucro. La prensa, la radio, los partidos políticos de tendencia liberal, las elecciones: todo ha sido transformado por el liberalismo en un instrumento dependiente del capitalismo y no obedece ya a otra función que a la de realizar la dictadura capitalista.
En el polo opuesto se acumuló la miseria, tal como lo había previsto Ricardo. Los campesinos y artesanos que habían subsistido hasta la época en que surgió el liberalismo, fueron transformados en proletarios, y la industria fabril en auge creó verdaderos ejércitos de individuos que no disponen de otro recurso que de su trabajo y cuyas condiciones de vida son mantenidas por la aplicación de la ley de la oferta y la demanda en el más bajo nivel posible.
Si se analiza retrospectivamente lo que se escribía y afirmaba en la época en que surgió el liberalismo, se verá que sus teorizantes idearon un sistema económico-social que se inspiraba en una mentalidad de “petit-bourgeois” (pequeño burgués), pero que produjo el efecto, en su aplicación práctica, de crear un nuevo poder que pronto avasalló a todos los demás poderes: el capitalismo, la finanza y banca, formando al mismo tiempo nuevas clases sociales — el proletariado, la clase media — que no participan en la civilización moderna y cuya vida se desarrolla al margen de ella.
MARXISMO
Como consecuencia de la formación de estas nuevas clases sociales, surgió una nueva orientación económica que pretende corresponder a sus intereses. Es el marxismo.
En el fondo, el marxismo es un liberalismo llevado a sus ulteriores consecuencias. No hay, filosóficamente, una diferencia substancial entre ambas orientaciones.
Desde luego, ambos son eminentemente materialistas, pues para una y otra el fin de la vida consiste en satisfacer en la mejor forma posible las necesidades materiales, es decir, alimentarse bien, vestirse bien, disponer de una vivienda confortable y disfrutar de ciertas comodidades y placeres materiales.
El liberalismo había prometido todo esto — dicen los marxistas —, pero no lo cumplió. Produjo la acumulación del capital en pocas manos y crea una inmensa clase de desheredados.
Para subsanar sus inconvenientes hay que ser sencillamente consecuente. Si el capital se acumula en pocas manos, ¿no es mucho más práctico entregarle su manejo a la colectividad? Deben expropiarse los explotadores y colectivizarse todos los bienes de producción.
De esta manera — dicen los marxistas — será posible regular sistemáticamente la producción, de acuerdo con las necesidades y producir colectivamente lo necesario para garantizar a cada cual un estándar de vida compatible con la civilización. Desaparecerán las crisis y se mejorará el estándar de vida.
En buenas cuentas, lo que pretende el marxismo, es corregir los efectos del liberalismo, sin apartarse un ápice de su mentalidad materialista. La diferencia más grande que hay es que el liberalismo propicia la libertad económica y la desigualdad humana, mientras que el marxismo pretende derogar la libertad económica, para establecer la igualdad humana. Pero en uno y otro sistema, el egoísmo individual es el “quid” fundamental en que se inspiran: el liberalismo desea asegurar al “capaz” la satisfacción todas sus necesidades, permitiéndole surgir ilimitadamente e incluso emplear la fuerza de su capital para dominar políticamente. El marxismo desea asegurar a todos en idéntica forma la satisfacción de sus necesidades, no permitiendo que nadie se destaque y eleve sobre la masa. En uno y otro sistema, el egoísmo individual, aunque entendido de distinta manera, es la preocupación esencial.
Ambos sistemas son también internacionales. Un elemento fundamental del liberalismo lo constituye el mercado mundial, o sea, el conjunto de todas las economías nacionales, sin atención a sus fronteras. Según la teoría liberal clásica, cada mercadería debe producirse en aquella parte del globo terrestre, donde las condiciones de producción, los costos, etc., sean más favorables. De esta manera — sostienen los tratadistas liberales clásicos — se establecerá un intenso intercambio entre todos los pueblos, como consecuencia del cual habrá verdadero pacifismo, ya que las guerras serán prácticamente imposibles.
En efecto, y o obstante haberse aliado posteriormente el capitalismo (que surgió a base del liberalismo), con el imperialismo de las grandes potencias, el liberalismo logró destruir gran parte de la idiosincrasia de los pueblos. Hoy día se baila el shimmy en todos los países del mundo, y el cine está uniformando las costumbres de todos los pueblos.
El marxismo en todo esto sólo es consecuente con las doctrinas liberales. Propicia que las fronteras nacionales desaparezcan del todo y que se establezca una sola patria para todos los proletarios, en que, en lo posible, se hable una sola lengua y se crea en un sólo profeta: Carlos Marx.
LA REALIDAD MARXISTA
Hay un curioso paralelismo entre el desarrollo del liberalismo y del marxismo. El primero pronosticó una realidad que en definitiva resultó totalmente diferente a la que habían soñado sus teorizantes, pues seguramente si Adam Smith hubiera podido prever en 1776 que el resultado de la aplicación de sus teorías sería el super-capitalismo moderno, la formación del proletariado actual y fenómenos económicos de la trágica trascendencia de la crisis de 1929-32, habría preferido suicidarse a pedir la realización de sus elucubraciones mentales.
Y exactamente lo mismo ocurrió con el marxismo. Hasta 1917 toda la literatura marxista (que pretende ser objetiva y estrictamente deductiva), era netamente teórica e inductiva, pues no se basaba en experiencias prácticas, sino que en postulados “a priori”.
Sólo después de 1917 hemos tenido una experiencia marxista. En numerosos países los partidos marxistas han llegado desde entonces al poder y han podido realizar desde él sus tesis. El algunos de ellos su dominio ha sido completo, como en Baviera, Hungría y Rusia.
De especial interés es precisamente la experiencia de veinte años de aplicación práctica del marxismo en la URSS.
No puedo detenerme aquí para analizar en detalle esa experiencia. La premura del tiempo me obliga forzosamente a ser sintético.
Cabe destacar un hecho esencial: la crítica de fondo que el marxismo le hizo al liberalismo capitalista se refirió a la miseria creada en las clases populares. La colectivización que él propició no obedecía a otro fin que el de crear condiciones de vida más humanas para el proletariado. Por consiguiente, la realización de este postulado fundamental es la piedra de toque para conocer la realidad marxista.
Y es preciso constatar que todos los observadores que han visitado la Rusia Soviética, después de veinte años de aplicación práctica del marxismo, están contestes en que el obrero ruso vive en condiciones inferiores al de cualquiera de las grandes potencias capitalistas (no diré que el proletario chileno, porque aquí a la explotación capitalista se agrega la explotación feudalista e imperialista, que agravan su situación).
Primero se trató de justificar esto, alegando que la URSS tuvo que sufrir las consecuencias de una espantosa guerra civil; después se dijo que ello se debía a que el país todavía se encontraba en un período de transición; ¿pero qué se puede alegar hoy día? Hoy ya no existe la guerra civil, ni puede hablarse ya de un período de transición.
El hecho es que el marxismo prácticamente no funciona, como tampoco funcionó el liberalismo.
No podemos aceptar como consuelo por este fracaso práctico del marxismo que en la Unión Soviética los medios de producción les pertenecen a todos los proletarios, mientras que en los países capitalistas se encuentran en propiedad particular. ¡De qué le sirve esta excusa al proletario, si sus condiciones de vida en el régimen colectivista son peores que en el individualista!
Es, pues, necesario, que indaguemos a qué debe atribuirse el fracaso del marxismo en su realización práctica. Con ello, entraremos de lleno al tema de esta conferencia.
EL FACTOR HUMANO
Los fracasos experimentados por el liberalismo y el marxismo en sus realizaciones prácticas, provienen de una falsa valoración del factor humano.
El liberalismo ha tenido que construir, para cimentar en él sus postulados, el fantasma de un “homo oeconomicus” inexistente. Supone que todos los hombres actúan bajo la influencia de un racionalismo cabal y un sano egoísmo que siempre los hace buscar el mayor provecho personal, dentro del marco trazado por la moral.
Esta suposición ha quedado demostrada como totalmente falsa.
Desde luego, sobre gran parte de los hombres las reflexiones racionalistas no tienen la menor influencia. En su conjunto, los hombres son antes tradicionalistas que racionalistas. Hay una infinidad de individuos que son totalmente incapaces de comprender, y menos todavía de reaccionar racionalmente ante el complicadísimo mecanismo de la vida económica moderna. Las frecuentes crisis capitalistas destruyen sencillamente sus existencias y los colocan al margen de la vida civilizada. En eso consiste la tragedia del proletariado en la égida capitalista. Pero el fenómeno no se limita a las más bajas clases sociales, sino que comprende igualmente las clases medias y gran parte de los propios productores.
Por otra parte, el sistema capitalista ha desencadenado las pasiones humanas en forma jamás conocida. El empleo de las formas capitalistas para realizar una explotación desmedida es la regla general. Uno de los grandes errores liberales consiste en suponer que el capitalismo se haya detenido ante las vallas morales. La verdad es que las ha salvado cada vez que ha podido conseguir un lucro con ello. La prostitución, el conventillo, el alcoholismo, la especulación son manifestaciones características del “progreso” a que ha llegado la civilización moderna. Puede afirmarse que existe un porcentaje considerable de empresarios que están preocupados exclusivamente de quitarle al obrero y empleado el salario que ganan con el sudor de su frente, ofreciéndoles toda clase de tentaciones para inducirlos a desprenderse de él.
Se queja el liberalismo — hipócritamente — de que el obrero es tunante, flojo y poco eficaz. ¿Pero qué ha hecho para elevar su nivel moral? ¿No es el principal interesado en impedir que surja, ofreciéndole tabernas, garitos, prostíbulos y toda clase de otras influencias nefastas?
El marxismo, reconociendo todas estas fallas del liberalismo, ha querido subsanarlas mediante la colectivización. Pero lo único que ha conseguido prácticamente es transformar a la colectividad en una inmensa burocracia irresponsable y mucho menos eficiente que las propias empresas capitalistas, con el resultado de no producir lo suficiente para garantizar al obrero un estándar de vida aceptable.
Así, las libertades del liberalismo no han producido otro efecto que el de hacer surgir verdaderos lobos humanos, dedicados a explotar miserablemente a sus congéneres, a fin de acumular el mayor lucro posible y creando miseria infinita en las masas populares. El marxismo, a su vez, no ha tenido otro efecto que el de burocratizar a toda la nación, destruyendo el espíritu emprendedor y anulando la personalidad humana.
Ninguno de los dos sistemas ha logrado encontrar el justo equilibrio que debe existir en la sociedad humana, cuya existencia es igualmente amenazada por un excesivo individualismo, como por la destrucción de la personalidad creadora.
Carlos Keller Rauff